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Los robaburros – Por Aminta Buenaño (Sin comentarios)

Posted by melquisidec en junio 16, 2008

Recuerdo que desde pequeña se los conocía con ese apodo y en los parques los enamorados desajustaban abrazos, acomodaban apurados sus ropas cuando aparecían, y en las calles, a la sola mención de su nombre, salían disparados con la ligereza de una pluma cuantos ambulantes anduvieran a cien kilómetros a la redonda. Ese inri, ese prejuicio de malos, de ladrones, de prepotentes los ha perseguido desde siglos y de alguna manera muchos ciudadanos hemos compartido, por diversas razones, unos más, otros menos, algo de ese prejuicio como se comparten las ideas que son lugares comunes y que caminan solas por las calles. Mi trabajo me ha permitido conocerlos más de cerca y reparar que solo se ha visto una cara de la medalla, y que muy poco conoce la ciudadanía de su trabajo y de la manera como contribuyen a la comunidad. Esto no quiere decir que no haya excesos y que se filtre en el ramo algún mal elemento, como se filtra en la manzana un gusano.
Esto sucede en toda institución y hasta en cada familia existen ovejas negras. Lo importante es corregirlo y trabajar sobre ello.

Pero la policía metropolitana, que es el brazo ejecutor de las ordenanzas que regulan el convivir armónico de la ciudad, es la encargada de velar por el orden y la disciplina en las calles. A ella le debemos que la ciudad que antes parecía un gran pueblo, con caramancheles y colorinches, en el que cada ciudadano se sentía dueño de las calles y cualquiera podía montar un espectáculo en las veredas, cerrar calles para hacer deporte, invadir terrenos con el afán de hacer fortunas y proselitismo político y vender cualquier cosa en la vereda pública, sea hoy una ciudad en la que se puede pasear, al menos en los sectores regenerados, con la tranquilidad que proviene del orden y el aseo.

A ella le debemos que mercados como los de Pedro Pablo Gómez y el Central, en los que antes al lado de las frutas y verduras convivían fraternalmente ratones y cucarachas, sean hoy lugares diferentes en donde el ciudadano pueda tener la certeza de que su salud no está en peligro. Y que no existan lugares, como el de los cachineros, en donde se vendan objetos robados. Su labor ha originado malestar, enfrentamientos, porque cambiar los malos hábitos y las costumbres origina una resistencia superior a la de los huracanes, y porque generalmente los ciudadanos no somos conscientes de los peligros de un mal manejo de la salud pública y peor de la legislación municipal.

La ejecución de estas ordenanzas y el control es la tarea ingrata, incomprendida y difícil de la policía metropolitana, en la que alguna vez se deslizan errores, pero es la única que nos permite superar el caos y el desorden. Dentro de los cursos de derechos humanos que forman parte de la capacitación que la institución municipal organiza, con el fin de concienciar e incentivar en el respeto básico, escuché decir a un policía: “Nosotros somos los que hacemos el trabajo feo, sucio, para que la gente pueda disfrutar de la ciudad”. “Los ciudadanos no conocen que los productos perecibles que decomisamos van a las fundaciones de enfermos y niños incurables. Ellos piensan otra cosa”. “Si los ciudadanos comprendieran que ellos deben cumplir las ordenanzas, nuestra tarea sería más fácil”.

Ellos se sienten incomprendidos porque no se los conoce. No son ángeles, no son demonios, son ciudadanos educándose, dispuestos a mantener el orden en la ciudad.

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